GOBIERNO NO DEMOCRÁTICO, Fernando M. García Nieto

gobierno no democratico“El hombre nace libre, pero en todas partes está encadenado”, Jean Jacques Rousseau, 1762. Según la ONG norteamericana Freedom House, el 60% de la población mundial vive en sociedades “parcialmente libres” en las que en teoría existen libertades personales y derechos democráticos, pero no están institucionalizados y se hallan sujetos a restricciones, y en sociedades “no libres”, donde la ciudadanía apenas tiene libertades civiles ni tampoco oportunidades de participación política.


    Cuando acabó la Guerra Fría, en los noventa, muchos supusieron que el futuro se caracterizaría por una oleada de democracias liberales. Francis Fukuyama llegó a vaticinar “el fin de la historia” en su convencimiento de que el sistema democrático occidental se mostraba como el vencedor global en el ámbito ideológico. Pero en los últimos años el gobierno no democrático ha mostrado su capacidad de adaptarse y prosperar.


    Como concepto, el gobierno no democrático es una categoría residual, un grupo de elementos diferenciados no necesariamente iguales, todos aquellos regímenes que no son democracias, hasta el punto de que ciertos regímenes no democráticos se asemejan más a democracias que a otros regímenes no democráticos. Esta diversidad de formas de organización política se traduce en la proliferación de términos que se utilizan de forma indiscriminada, como autocracia, oligarquía, dictadura, tiranía, etc.


    Los estudiosos de la ciencia política suelen definir los regímenes no democráticos como aquellos que están controlados por un pequeño grupo de individuos que ejercen el poder sobre el estado sin ser constitucionalmente responsables ante la ciudadanía, es decir, que los ciudadanos no tienen un papel significativo en la elección o destitución de los líderes del país, y estos a su vez disponen de un amplio margen para “dictar” al pueblo sus políticas y sus leyes.


    Los regímenes no democráticos abarcan todo el espectro de niveles de riqueza y modernización. No existe correlación clara entre el nivel de pobreza y el tipo de régimen, aunque no se puede ocultar que la mayoría de los países del mundo con un PIB per cápita de más de 20000 dólares son democracias.  


    Es habitual que los críticos de este gobierno utilicen el término “régimen” en sentido peyorativo y acompañado de un adjetivo derivado del nombre de un determinado líder, como por ejemplo “régimen castrista” en Cuba. Quizás lo hagan así porque consideran que todas las decisiones emanan del propio gobernante sin apenas restricciones impuestas por las instituciones políticas. El líder es el régimen.


    Pero ¿cuáles son los orígenes y las causas de los gobiernos no democráticos? No existe una explicación única o dominante, y la capacidad explicativa de cualquier teoría se ve limitada por el espacio y el tiempo. Pretendo explicar, en sucesivas entregas, algunos de los factores que influyen en la instauración de los regímenes no democráticos o autoritarios. Comenzaremos por el proceso de modernización de las sociedades.


Hay una máxima en ciencia política: “sin clase media no hay democracia”. Sabemos que con la modernización las sociedades se vuelven más urbanas, cultas y políticamente sofisticadas, condiciones básicas catalizadoras de la democracia. Por tanto, las sociedades pobres y poco desarrolladas tienen menos probabilidades de ser democráticas. Esto lo podemos explicar por el papel de la clase media.


Una clase media urbana culta y capaz de formular y promover intereses políticos, sociales y económicos concretos, genera con ello demandas de democracia a las élites. La ausencia de una clase media se traduce en una polarización entre los pocos individuos que ostentan el poder, las élites, y el conjunto de la población tímidamente organizada. La modernización es necesaria para desarrollar una clase media como la descrita.


Sin embargo, muy a nuestro pesar, en la modernización también está la semilla de un gobierno no democrático. La modernización puede convertirse en un proceso desestabilizador y desigual.


Imaginemos un país en desarrollo. Las áreas urbanas pueden experimentar una transformación “repentina” de sus normas e instituciones mientras las zonas rurales se quedan atrás, y algunas personas disfrutarían de innovaciones tecnológicas, teléfonos móviles y acceso a internet, infraestructuras, carreteras y escuelas, al mismo tiempo que otros individuos carecerían de esas ventajas.


Los cambios perturbadores de las instituciones económicas, como el paso de un sistema agrario a un sistema industrial, y los cambios en las instituciones sociales, como las transformaciones en las relaciones de género y el aumento del laicismo, pueden generar inestabilidad en una sociedad.


La modernización puede también tener una tendencia regresiva provocando el aumento de la inflación o el desempleo, perjudicando a la clase media, debilitando el desarrollo económico y desestabilizando el orden social y político.


Cuando un número suficiente de personas se sientan desorientadas, desubicadas o decepcionadas por el cambio de su sociedad, pueden surgir movimientos y líderes políticos que prometan restaurar el orden o acabar con la desigualdad. Estos movimientos pueden llegar a derribar un régimen democrático si este parece incapaz de resolver las tensiones o evitar los peligros que trae consigo la modernidad.


Para acabar quiero señalar la paradoja de que esos movimientos no democráticos suelen estar impulsados por los beneficiarios directos de la modernización y la propia democracia, que ahora han adquirido las herramientas organizativas e ideológicas necesarias para articular una alternativa política al statu quo.

Fernando M. García Nieto
  

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