El nuevo machismo de siempre, por Pepe Morales

cartel igualdadCualquier renuncia es percibida como derrota, como abdicación, por quien la ejerce. María Moliner (Diccionario de Uso del Español) define el verbo “renunciar” como “Desprenderse voluntariamente, en especial con sacrificio, de algo que se tiene” o como “Desistir, por fuerza o por sacrificio, de hacer algo que se proyectaba o se deseaba hacer”. Es habitual que la costumbre tienda a conectar lo que se tiene con lo que se desea hacer, máxime si media el placer en alguna de sus formas: a quien tiene un martillo todo se le antojan clavos.

Se hacen cuesta arriba los cambios de costumbres y hay quien se opone a ellos con todas las armas a su alcance, aunque los cambios vengan motivados por el beneficio o la salud general. La oposición no suele consistir en argumentar a favor de lo que se tiene o desea, sino en negar la necesidad del cambio mediante la manipulación y la falsedad. Si el objeto de la renuncia es un privilegio procedente de la costumbre, de la tradición, se proyecta la idea de que se cuestionan la Historia y la Cultura, cimientos inamovibles de toda civilización.


Los cambios de costumbres suelen ser arduos, complejos, radicales, revolucionarios y a veces se desata cierta violencia en el proceso. Todo progreso social soporta la agitación conservadora instalada en el inmovilismo cuando no en el retroceso. La historia reciente muestra a las derechas bramando contra el divorcio, el aborto, la restricción del alcohol, la limitación de la velocidad, la ley antitabaco, el matrimonio igualitario, los derechos laborales, la eutanasia o cualquier medida contraria al interés de los mercados o a la religión católica.


Argumentan su posición en la renuncia como sacrificio individual que quita a las personas lo que disfrutan por tradicional costumbre. Si cualquier renuncia se ve como derrota, la del dominio secular del hombre sobre la mujer, desistir de lo que desea hacer, es considerado una castración en toda regla. La ideología conservadora, misógina y machista, se retuerce ante el avance del feminismo: andanadas de bulos, noticias falsas y manipulación son la base del argumentario que maneja la trinchera troglodita del Partido Popular, Vox, y el clero.


La brutal campaña se basa, desde su inicio, en presuntas denuncias falsas (para la Fiscalía, el 0,02%), en negar la IGUALDAD como objetivo único y real del feminismo, en negar las casi 1.300 asesinadas desde 2003... Todo para perpetuar el machismo, para no renunciar al privilegio que otorga al hombre la superioridad sobre la mujer, para que quienes renuncien a lo que desean ser y hacer sigan siendo ellas. Los púlpitos políticos, religiosos, educativos y mediáticos, a todas horas, sin tregua alguna, repiten las falacias que apuntalan esta lacra.

La acción política de las derechas radicales para combatir y abatir la igualdad se traduce en un aumento de las agresiones sexuales individuales, grupales, verbales, físicas y químicas. También contribuye el negacionismo y la banalización por una parte de la Justicia y de las Fuerzas de Seguridad que se suman a la asfixia presupuestaria de la lucha por la igualdad y a crueles, inútiles y caras bufonadas como el chiringuito de Vox para hombres maltratados en Valencia o el centro de Ayuso para hombres víctimas de violencia sexual en Madrid.

En su estrategia de rearme ideológico, las derechas misóginas y machistas han puesto en circulación, con notable éxito, el eslogan “todos los hombres no somos iguales” al que se agarra la parte de la sociedad progresista que renuncia a desprenderse de los privilegios y a desistir de los deseos en los que ha sido educada. También son muchas las mujeres que se posicionan en contra del feminismo que les ha permitido fruslerías como el voto, la no dependencia o el divorcio, atraídas por valores y conductas que se pensaban ya superadas.

Pepe Morales

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